En cualquier conferencia de negocios pasa algo curioso. Cientos de emprendedores pasean con ansiedad por los pasillos, tarjetas en mano, esperando conectar. Pero hay un grupo pequeño que no necesita esforzarse. La gente se les acerca. Las conversaciones fluyen. Las oportunidades simplemente ocurren. No parecen vender nada, pero todos quieren trabajar con ellos.
Son las Personas Clave de Influencia. Hombres y mujeres cuya presencia abre puertas. No son necesariamente los más ricos ni los más populares, pero algo en su forma de comunicar, actuar y crear los convierte en imanes de oportunidades.
Convertirse en una Persona Clave de Influencia no tiene que ver con suerte ni contactos heredados. Es el resultado de ejecutar con disciplina cinco pasos que se retroalimentan: pitch, publish, product, profile y partnership. En otras palabras: cómo hablar, cómo mostrarte, cómo convertir tu conocimiento en valor, cómo construir reputación y cómo generar alianzas reales.
Pero todo parte en el mismo punto: tu pitch.
El pitch: cuando hablar bien se convierte en superpoder
Los grandes líderes de la historia no eran necesariamente los más poderosos. Lo que los separaba del resto era su capacidad de decir algo que valía la pena escuchar. Martin Luther King Jr. no cambió el curso de la historia con una ley, sino con una frase: “I have a dream.” Kennedy no llevó al hombre a la Luna con tecnología, sino con una promesa.
Un pitch es eso mismo, en versión emprendedora. No es una presentación de PowerPoint, ni un discurso memorizado. Es una historia tan clara y emocional que hace que la gente quiera involucrarse.
La mayoría de los emprendedores falla ahí. Creen que tienen un buen pitch porque la gente responde con un “qué interesante”. Pero “interesante” no significa nada. Es educación, no entusiasmo. Un buen pitch provoca algo visceral.El otro te dice “tenemos que hablar”, o te presenta de inmediato a alguien. Si no hay acción, no hubo impacto.
El Big Game: por qué haces lo que haces
Antes de hablar de tu producto, tu empresa o tu gran idea, hay que retroceder un paso. ¿Qué te mueve de verdad? Priestley lo llama tu Big Game, el gran juego que estás jugando.
No se trata de vender más ni de sobrevivir al mes. Se trata de algo que te mantenga despierto cuando todo falla. Bill Gates jugaba a poner un computador en cada casa. Oprah, a inspirar mujeres cada día. Ambos juegos eran más grandes que ellos mismos.
Tu Big Game debe ser claro, divertido y con reglas que te hagan querer seguir jugando. No un sacrificio, sino una aventura. Y, sobre todo, debe tener un premio que valga la pena. No necesariamente dinero. Puede ser libertad, impacto o reconocimiento.
Una vez que lo entiendes, necesitas elegir tu nicho. No puedes hablarle a todos. Define a quién ayudas, con qué problema y de qué forma. El público ideal no es el que paga más, sino el que más resuena con tu causa.
Cómo construir tu pitch: dos versiones, una esencia
Una vez que tienes claro tu propósito y tu público, toca convertirlo en palabras. Priestley distingue dos tipos de pitch: el social y el de presentación.
El pitch social es esa respuesta magnética que das cuando alguien te pregunta “¿a qué te dedicas?”. No puede durar más de 20 segundos. Tiene que ser visual, emocional y provocar conversación. En vez de decir “desarrollé una app de planificación de comidas”, podrías decir: “¿Sabías que la gente tira a la basura $1.500 en comida al año? Creé una app que reduce eso a la mitad usando lo que ya tienes en el refri.”
El pitch de presentación es tu versión extendida: unos tres minutos. No es para improvisar. Se ensaya hasta que sale natural, casi como respirar. Y debe contener cinco piezas:
- El problema. Qué dolor real estás resolviendo.
- Tu insight único. Qué sabes tú que otros no han visto.
- Tu historia personal. Por qué te importa.
- El payoff. Qué gana el cliente.
- Tu método. Cómo lo haces realidad.
Si logras combinar estos cinco elementos, tu pitch deja de ser una presentación y se vuelve una historia irresistible. Y la gente recuerda historias, no descripciones.
El ensayo hasta la naturalidad
Muchos piensan que practicar demasiado mata la espontaneidad. Priestley dice lo contrario: “Si tuena ensayado, no lo has ensayado lo suficiente.” La naturalidad se gana a fuerza de repetición.
Practica con amigos, con desconocidos, frente al espejo o caminando por la playa. Y cuando alguien te diga “no creo que funcione”, celébralo. La objeción es oro. Cada duda te obliga a pulir una parte floja. Pregunta, escucha, adapta. Los mejores pitches nacen de conversaciones difíciles.
Publicar: la credibilidad no se compra, se escribe
Una vez que sabes contar lo que haces, necesitas demostrar que lo que dices tiene peso. Ahí entra la segunda fase: publish.
Publicar no es una vanidad. Es una estrategia de posicionamiento. Una forma de responder tres preguntas que todo potencial cliente o aliado tiene:
“¿Por qué debería escucharte?”
“¿Cómo puedo saber más sobre lo que haces?”
“¿Puedo compartir tu trabajo con otros?”
Cuando publicas, resuelves esas tres dudas de una sola vez.
Un libro, un artículo o incluso una guía descargable no solo muestran tu conocimiento: muestran que puedes comprometerte, estructurar ideas y entregar valor. Eso genera respeto.
Un libro, en particular, te cambia el estatus. No porque vendas miles de copias, sino porque te convierte en autoridad. Dejas de ser “alguien con opiniones” para convertirte en “alguien con un marco de pensamiento”. Y ese cambio lo siente el mercado.
Además, un libro abre puertas invisibles. Te invitan a podcasts, conferencias, entrevistas. Puedes contactar a expertos, pedir colaboraciones, ofrecer prólogos. Publicar te vuelve parte de una conversación más grande.
El punto de partida es una pregunta central. ¿Qué quiere saber tu lector ideal? ¿Qué problema quiere resolver? Cada capítulo debe responder a una parte de esa pregunta hasta llegar a una solución completa. Y el título debe prometer esa respuesta con precisión quirúrgica.
El objetivo no es vender libros, sino crear reputación.
Productos: cuando el conocimiento se vuelve tangible
El tercer paso hacia la influencia es productizar tu conocimiento.
Vivimos en una economía donde las ideas valen más que las fábricas. Las empresas más ricas del mundo —Google, Meta, LinkedIn— venden aire empaquetado: software, algoritmos, sistemas. Lo que vale no es lo que tienen, sino lo que saben.
Los profesionales que dependen solo de su tiempo están atrapados. Hay un techo natural. Productizar significa romper ese techo. Es convertir tu experiencia en algo que otros pueden usar sin ti: cursos, plantillas, programas, manuales, apps, metodologías.
Piensa en Headspace: tomó una práctica intangible, la meditación, y la transformó en una experiencia concreta con música, guías y métricas. Eso es productizar.
Priestley cuenta el caso de un cirujano plástico convencido de que su trabajo no se podía empaquetar. Creó un método con nombre propio, materiales educativos, un sistema de testimonios y hasta productos asociados. Resultado: lista de espera y reputación global.
Para lograrlo, hay que crear dos tipos de productos: los que difunden tus ideas y los que generan ingresos reales. Los primeros expanden tu nombre; los segundos monetizan tu valor. Ambos se necesitan.
Cuando compartes tu conocimiento gratis, el mercado entiende algo: si esto da tanto valor sin cobrar, ¿cuánto más valdrá trabajar contigo? Te vuelves la opción obvia.
El círculo se completa
Una Persona Clave de Influencia no es alguien con suerte. Es alguien con sistema.
Primero, afila su pitch hasta que emociona.
Luego, publica para que su voz pese.
Después, productiza para escalar.
Con eso, puede construir su perfil y finalmente generar alianzas que amplifican todo.
Pero los tres primeros pasos son el corazón. Lo demás ocurre solo.
Ser una Persona Clave de Influencia no significa ser famoso. Significa ser visible para las personas correctas, en el momento correcto, por las razones correctas.
Y ese tipo de visibilidad no se compra con anuncios: se construye con propósito, coherencia y mucha práctica.