Un Minuto en un No-Lugar

De la rutina minuciosa de una ducha a un viaje lisérgico entre manchas negras que devoran universos.
Un Minuto en un No-Lugar

I

Cada mañana se repite.

a) Tomo la botella de jabón líquido con la mano izquierda y procedo a verter el contenido de la misma en la esponja de sostengo con mi mano derecha usando exactamente la cantidad de producto del día anterior.

b) Esparzo jabón y agua con ambas manos por todo mi cuerpo. 

c) De manera profusa aplico la jabonadura primero en la axila izquierda, luego en la derecha.

d) Siguen el pecho, el brazo y antebrazo derecho… luego el izquierdo. (En ese orden).

e) El siguiente turno lo tiene la entrepierna y el culo para continuar con ambas piernas y pies, primero el izquierdo, luego el derecho. (Invariablemente).

f) De manera simétrica y simultánea lavo mis orejas, luego la frente y los pómulos. 

g) El pelo o lo que queda de él, se lleva los honores del último paso del proceso.

h) Corro la cortina de la ducha, de izquierda a derecha usando de manera inalterable la mano derecha.

i) Para secar el cuerpo tomo la toalla con ambas manos, doblándola siempre en proporción a la longitud de la mano más hábil. 

j) Seco mi cuerpo en el mismo orden con que me enjaboné, pero esta vez, de manera inversa.

k) Salgo de la ducha siempre con la misma pierna, llegando al tapete del piso primero con el pie izquierdo para seguir con el derecho.

l) Sin excepción, me instalo frente al lavamanos a sacar la condensación que el agua caliente dejó sobre el espejo. 

m) Me veo al espejo. 

n) Pienso al igual que todos los días, sobre lo que deberé hacer en la oficina y lo que me depara el apacible, pero repelente jefe de sección.

o) Sigo con el lavado de dientes, el cual ejecuto con la misma cantidad de dentífrico que uso a diario. Para el proceso realizo los mismos movimientos horizontales y verticales de siempre y repitiendo con toda certeza la misma cantidad de ciclos de lavado.

p) Repito el mismo enguaje, gárgaras y escupitajos que sonorizan el baño a la misma hora, de lunes a viernes, de 06:00 a 06:30 am.

q) Al fin salgo de casa.

II

Mientras camino hacia el trabajo, pienso en lo curioso que fue recordar toda la rutina higiénica de aquella mañana, pues sin ir más lejos, las mismas acciones habían sido ejecutadas de manera idéntica durante una cantidad de años que en ese momento no podía recordar. Mientas pensaba en la futilidad de estos pensamientos, de improviso mi mente comenzó a estremecerse de manera atroz. 

Cruzando la calle para tomar la micro, mis ojos empezaron a ser testigos de intensas ráfagas de colores vivos que cruzaron todo el campo visible de mis ojos.

Al comienzo deduje que estas luces, podían ser producto de estrafalarios automóviles decorados con neones multicolores, pero luego de analizar que a esa hora no circulaban ese tipo de vehículos, deseché la opción.

Con el correr de los minutos, los haces de colores comenzaron a hacerse más fuertes e intensos. 

A esto se sumó una extraña sensación en los pies, la cual empezó con un hormigueo suave, pero contante el cual, se amplificó desde las piernas hacia arriba hasta afectar todo mi cuerpo.

A pesar de lo sorpresivo e inesperado de la situación, no tuve miedo.

Sin embargo, se apoderó de mí una extraña sensación de resignación que solo podría explicar imaginando un enorme tren de carga viniendo contra mí y sin tener la menor posibilidad de evitarlo. Deduje, por tanto, que algo pasaría en cualquier momento.

Luego de este me desmayé.

Cuando pude abrir los ojos, me vi en un lugar muy extraño.

Me incorporé como pude debido a una fuertísima migraña que apenas me permitía mirar alrededor. Con los primeros pasos, pude volver a sentir algo de autonomía, esta vez sin hormigueos ni extrañas luces de colores. Grande fue mi sorpresa cuando se comenzaron a materializar de la nada tanto en el piso como en el aire, pequeñas manchas negras que cada vez se fueron haciendo más grandes hasta que alcanzaban un metro de diámetro aproximadamente.

Estas manchas tenían apenas el espesor de una fracción de milímetro y fueran lo que fueran seguramente no eran de este mundo. 

Esta conclusión la obtuve después de ver como un perro que estaba en muy mal estado por la edad, se cruzó con una de estas manchas que estaba en el piso y desapareció como si fuera tragado por un pozo ciego. Cuando vi esto la angustia se apoderó de mí, debido a que todo aquello no tenía lógica alguna, sin embargo, mi angustia creció más cuando al cabo de 01 minuto exacto, desde la misma mancha salía un perro muy similar al anterior, pero notoriamente más joven.

Fue en ese instante, una mano agarra de manera firme mi hombro derecho. 

Solté un grito de horror.

La persona o lo que fuera eso, comenzó a hablarme de manera desesperada. Yo no podía entender nada. Entre la migraña, las manchas negras, el perro y el susto de aquella mano sorpresiva, no podía escuchar ninguna de las palabras que esa entidad la cual se encontraba frente a mí me decía con tanto ahínco. 

Cuando logré entender algo de lo que me gritaba, pude distinguir una frase que se repetía con enfermiza iteración: ¿qué es lo que hiciste?, ¿qué es lo que hiciste?

Al fin pude ponerme en pie y observar de mejor manera a la entidad.

Lo que estaba frente a mí, solo puede ser descrito como un “no-alguien”. O sea, algo similar a una persona, pero que evidentemente no lo era, al menos como yo conocía la definición. 

Intento hablar con él o eso, pero me hace callar. 

Lo siguiente es lo que puedo recordar de su monólogo:

“Tienes solo un minuto para irte, no deberías estar acá, aún no. No sabes nada, no puedes saber, pero inevitablemente lo sabrás. Estas sólo, siempre lo has estado, siempre lo estarás. No hay aire, no hay agua, no hay tierra ni fuego. No hay Dios, demiurgo ni demonio. Alguna vez hubo un Universo, miles, millones de ellos, pero ya no están. Todo fue devorado por esas manchas negras, que están a todo nivel y todo el tiempo devorando sin descanso. Las manchas aparecieron un día sin aviso y nunca más se fueron. Hay manchas del tamaño de átomos que devoran átomos y otras del tamaño de miles de millones de galaxias, que devoran grandes extensiones del Todo. Lo único que queda es este instante y estás a punto de arruinarlo.” 

Con las cuencas de mis ojos desorbitadas por lo increíble del asunto, no doy crédito a nada de lo que pasa. 

Intento irme, pero no sé hacia dónde correr, ya que en realidad parecía estar en un “no-lugar”. 

De pronto veo que una de las manchas negras nota mi presencia y comienza a acercarse aceleradamente hacia mí. Mientras se acerca, la mancha va devorando todo, árboles animales, concreto, masa y tiempo.

Me espanto.

Sin tener que hacer, me entrego.

En una acción que aun no entiendo, el “no-alguien” que hace poco me acribillaba con diatribas sin sentido, se interpone en la dirección de la mancha y termina siendo devorado por ella.

Me desmayo.

Veo túneles de luz por todos lados. No me decido por ninguno.

III

Despierto lleno de agujas por todos lados, con bolsas de líquidos colgando al lado de una cama de hospital.

Luego de unas semanas, y después de un sin número de visitas a especialistas, el diagnóstico fue tan inverosímil como rebuscado: “Envenenamiento por hongo cornezuelo”.

La nutricionista que trata mis desórdenes alimenticios me recomendó comer pan de harina de centeno. Este cereal, cuando es producido sin los cuidados adecuados de la agricultura moderna, puede contaminarse con el hongo “Claviceps Purpurea”, llamado comúnmente Cornezuelo. Este hongo produce alcaloides derivados del ácido lisérgico, precursores químicos del LSD. 

Mi desayuno de aquel día había consistido en varias rebanadas de pan de centeno, adquirido en una feria informal con productos a mitad de precio.

Sobre las manchas negras que devoraban universos, luego de algunas sesiones de terapia logré deducir que eran producto de una mente narcotizada que recordó una conversación que tuve con una amiga que es física. Ella me habló alguna vez sobre los océanos de Dirac y como desde esos espacios hechos de nada, podrían salir electrones cargados de energía positiva en vez de negativa, los cuales se llamarían positrones. O sea, electrones con una carga eléctrica completamente distinta a la original.

A pesar de todo lo ocurrido, lo cual a esta altura ya parece solo una anécdota, mi cabeza sigue confusa y a veces las reflexiones llegan a mi mente sin haber pedido permiso.

Por las noches a veces sueños con las manchas, esas terribles manchas devoradoras de mundos y pienso que quizá lo que dijo ese “no-alguien” no sea tan disparatado. 

Hasta ahora, no tenemos certeza de casi nada de lo que pasa alrededor nuestro. 

Seguimos caminando día a día entre entre rutinas, como la de la ducha diaria con la que comienza este relato. Tenemos rutinas para comer, dormir, para ir a una discoteca y conocer personas, para seducir y para mentir. Somos una especie de secuencias de instrucciones, como algoritmos con algo de vida. Y no solo nosotros, toda la existencia pareciera ser un listado infinito de códigos insertos en fractales casi perfectos los cuales fueron diseñados por quien sabe quién.

¿Porque el “no-alguien” quería que me fuera? Nunca lo sabré, pero cada cierto tiempo pienso en el cómo en una especie de gólem, esa criatura mítica del folclor judío de la edad media. 

Un gólem era una criatura hecha de barro o arcilla a la cual se le daba vida mediante prácticas ocultas. El rabino escribía en su frente la palabra EMET, la cual significa verdad. Los golems eran hechos para realizar los trabajos pesados de la comunidad o bien para defenderla. Sin embargo, eventualmente estas criaturas podían salirse de control. Para que no ocurriera eso, los rabinos creadores borraban la palabra de la frente para desactivar a la criatura.

Quizá ese “no-alguien” era un gólem que se salió de control y quiso ayudarme, quizá todos nosotros somos los golems que algún arquitecto medio loco, fabricó para ahorrarse la pega de vivir y deambular por un mundo que acababa de crear. Mal que mal ¿no era de barro que fue creado Adán?

Quizá algún día, antes de morir, veamos las invisibles manos de alguna entidad divina acercarse a nosotros para borrar la palabra sagrada desde nuestra frente, y poder al fin descansar.

Por ahora, lo único que me atrevo a decir con certeza es que no volveré a comprar pan de centeno en esa feria ni en ninguna otra parte.

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