Prioridades

Un viernes de lluvia infinita, un corazón congelado y un regreso que no lo era.
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Fue un mal día.

Un par de horas atrás, ella lo había abandonado, esta vez para siempre. Era un viernes por la tarde. Desde que la mujer se dio media vuelta para alejarse de manera veloz y silenciosa, él se había quedado cabizbajo, empapado por la lluvia torrencial que arreciaba y que, según las noticias, no pararía en todo el fin de semana.

Para él era desconocida esa sensación de ingravidez que deja el abandono reciente. Esa situación y el helado aguacero que caía sin dar tregua habían convertido su corazón en un trozo de hielo crujiente a punto de hacerse pedazos.

Desconsolado y sin querer moverse de la tormenta, miraba sin parar el agua que escurría a gran velocidad por la empinada calle donde lo dejaron. El agua corría sin cesar por su ropa y, por unos momentos, sintió que el temporal de alguna extraña manera comenzaba a penetrar en sus entrañas. Mientras esto sucedía, recordó las conversaciones que tuvo con algunos de sus pocos amigos, quienes, casi sin excepción, le decían: «Pero por qué tanto drama, eres joven, una semana y ya no la recordarás».

Pero poco importaban esas palabras ahora.

Antes, cuando no había nubes en el cielo, los dos habían tenido ideas, proyectos e ilusiones. Cuando estaban juntos, eran capaces de soportar cualquier cosa, siempre y cuando estuvieran de la mano frente al vendaval.

Ahora no.

La ruptura fue un repentino cataclismo, sin avisos ni alarmas… según él.

Después de tres días sin comer, el hambre no llegó. Un par de días más y la cosa se pondría seria, pero no importaba. El orgullo impedía pensar en comida. Él no podía dejar eso así… quería razones, motivos y porqués.

Porqués que nunca llegaron.

Sin notarlo, llegó otro viernes. De pronto, sonó la puerta. El golpe era de una intensidad y cadencia conocidas.

El corazón de hielo crujiente comenzó a entibiarse.

Él abre la puerta y, con ojos humedecidos por la ansiedad, lanza la fatal especulación.

—¡Has vuelto! —exclamó.

—No —musitó ella—. Disculpa si interrumpo, pero vine por mi suéter azul… ese de hilo grueso. Con el crudo invierno que está haciendo, lo necesito… no puedo vivir sin él.

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