Tuve una Gemela

Dos niñas que se convirtieron en hermanas sin serlo.
tuve una gemela

Te vi esa mañana del ´86, me sonreíste y me acerqué a tu mesita. Ambas llevábamos la misma melena, como si la vida nos dijera que seríamos gemelas, inseparables, eternas.

Pre Kinder fue sólo el comienzo, nos disfrazamos de flor, damas antiguas, bailarinas de lambada y cuanto baile había que hacer en el colegio, pero no contentas con eso, le pedíamos al inspector que pusiera el cassette de Xuxa en los recreos y hacíamos las coreografías al centro del patio con nuestras amigas. Hacer el ridículo nunca estuvo en nuestra consideración.

Tus cumpleaños eran los míos y los míos, tuyos. Abríamos los regalos de la otra con la misma emoción.

Cuando una no estaba en la casa de la otra, la cuenta del teléfono explotaba porque hasta películas veíamos, y más de alguna vez nos dormimos en línea. Las mamás nos miraban con tanta dulzura a fin de mes…

Cada noche en nuestras pijamadas sonaba “Un hombre busca una mujer” y bailábamos antes de dormir, como si a esa edad entendiéramos algo del amor romántico, te acuerdas?. En mi mente vuelvo a ese lugar cuando pongo esas canciones en el auto.

Chapoteábamos en la islita del colegio cada vez que llovía, zapatos y pantys en el agua, hasta las rodillas, sin miedo a nada.

La apuesta de quién se tomaba primero el agua con témpera cuando íbamos a lavar los pinceles al baño fue épica!. Ahora que lo pienso…qué asco!!!

Los jardines de la clínica donde trabajaba tu mamá eran el escenario perfecto para buscar caracoles bajo la lluvia, nuevamente sin temor a enfermarse, y nunca entendí porque íbamos a esa vieja gradería de madera del estadio a cazar polillas para guardar en un estuche.

Te cambiaste de ciudad en 7mo, fue el primer impacto a nuestra vida juntas. Pasó el tiempo, las visitas eran cada tanto y la cuenta telefónica ya no fue tan trágica.

Hasta que una noche, en segundo medio te soñé. Y al día siguiente, cuando estábamos encendiendo un pucho después de clases con mis compañeros apareciste. “Amigaaaaa, necesitaba verte, necesito contarte algo!!!”. Yo…”Estás embarazada, y sabes qué?, va a ser niña”, me miraste impactada y te dije que había soñado que pasabas por mi casa con un coche rosado (Hasta hoy nunca he visto un coche rosado que no sea de muñecas). Así llegó la Catita, luego Rena, Fer y Lau.

La nota negra fue el padre de las criaturas, que te terminó enfermando al punto de pasar 3 años en un par de hospitales. Viajé cada vez que pude a verte y pasábamos horas pintándonos las uñas, peinándonos (porque coquetísimas) y conversando de vidas pasadas, de nuestras niñas, del colegio, amores y desamores, ya a esas alturas eras la regalona del lugar. Mientras tu mamá movía cielo, mar y tierra por un trasplante. Llegaste a ser prioridad nacional.

Mi último regalo para ti fueron pañales. Sí, pañales. Algo que aún me conmueve. Siendo una mujer inteligente, esforzada, rockera, minísima, te apagabas en mis brazos pidiéndome agüita y ver a tu mamá, transitando en un vaivén de vida y más allá. Te hice cariño en el pelito, te llené de besos, sentí tu olor profundamente, pude lograr que durmieras  y volví a mi departamento.

 Sonó mi celu al otro día, apareció el nombre de tu mamá y el tiempo se detuvo ese enero, justo antes de que partiera la pandemia. Tu cuerpo era sabio, no resistiría lo que estaba por venir.

Conservo en mi teléfono los audios que aún no soy capaz de oír, pero que guardo como un tesoro. Me pregunto dónde estás, cómo estás, tengo tanto que contarte y no te tengo.

Muack!

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