Sobre el oro, el agua y la trascendencia.

A los 40 entendió que la vida es un río turbio donde el verdadero tesoro son las pepitas de recuerdos.
Sobre el oro, el agua y la trascendencia.

Cada día tiene su propio afán.

Esta famosa frase viene del “Eclesiastés”, el cual es el cuarto libro sapiencial del Antiguo Testamento.

Y sí, cada día de nuestra vida tiene sus propias ocupaciones, trabajos y dificultades. En particular, para los que ya comenzamos hace un buen rato los cuarenta, cada cierto tiempo se cruza en nuestro camino lo que para algunos es un tema obligado, o para otros, un fantasma inoportuno.

Me refiero a la crisis de la mediana edad o también llamada crisis de los 40.

Según algunas fuentes, este es un período de introspección y reflexión que la mayoría de la gente vivencia justo cuando se llega a la mitad de la década de los 40 años.

Es indudable que los cambios físicos (canas, arrugas, energía menguada), la vida profesional (sensación de no haber alcanzado el éxito que se esperaba en la juventud), las relaciones sentimentales (parejas de larga data o bien un estado de soledad intermitente) y la muerte como un tema más trivial y cercano (comienzan las muertes de familiares o amistades debido a la edad o las enfermedades), son factores que desencadenan esta etapa que, para muchos, es tan aciaga como un chicle de rúcula.

Si bien el concepto está dentro del imaginario universal, los estudios científicos no la consideran una condición clínica o trastorno psicológico, sino más bien como un fenómeno de transición, que afecta a muchísimas personas, pero no a todas, y no de la misma manera.

¿Cómo entender este fenómeno?

A veces, la ayuda llega de donde uno menos lo imagina.

Comenzando los 2000, los economistas David G. Blanchflower y Andrew Oswald, desarrollaron encuestas masivas a millones de personas en más de 50 países. Las anotaciones y resultados de dichos estudios ayudaron a elaborar el concepto de la “curva de la felicidad”, la cual se describe como un patrón en forma de “U” en los niveles de satisfacción y bienestar de la vida de una persona.

Para entender esta curva en “U”, podemos itemizar:

a) La felicidad en la juventud es alta, sobre todo en los “20 años”, donde todas las expectativas son altas y por lo general se carece de responsabilidades.

b) Gradualmente, los niveles de felicidad disminuyen con el paso de los años, hasta llegar a un punto mínimo o “valle” alrededor de los 47 y 48 años. Este período se caracteriza por la introspección, la comparación de logros y un mayor estrés laboral.

c) Luego de este punto bajo o “valle”, la felicidad vuelve a aumentar a medida que las personas envejecen, hasta alcanzar un nuevo pico en la vejez.

Como en todo fenómeno, cada factor o ítem no es puro ni absoluto. Todas las variables se combinan para dar características tan únicas como las personas que las viven, es decir, cada crisis de la mediana edad es distinta y única en el mundo, como cada uno de nosotros lo es.

Palabras clave.

Pues bien, ahora trato de entender y explicar mi propia experiencia. Se me vienen a la cabeza 3 palabras: Oro, Agua y Trascendencia.

Oro

El metal de lujo por antonomasia, adorado y deseado desde siempre.

¿Por qué el oro es tan valioso?

Principalmente por dos razones:

a) Es un metal raro, pues solo representa el 0.0000005% del peso de la Tierra. Al ser tan escaso, por sí solo crea una oferta limitadísima, lo cual dispara su valor.

b) Es inerte, es decir que no se oxida, no se corroe y no reacciona con prácticamente nada. Por este motivo, mantiene su brillo y su estado por muchísimos años. (Si no, pregunten cómo estaba la máscara mortuoria de Tutankamón después de 4000 años).

Cuando pienso en esto, deduzco que si el oro es escaso y no se corrompe… debe valer la pena obtenerlo, ¿no?

Agua

Conocida como el disolvente universal, es el motor de toda la vida en la Tierra.

Esta palabra me trae un hermoso recuerdo con mi hijo.

Hace un par de años, junto a mi familia tuvimos la oportunidad de estar en un precioso río, el cual corría lento y silencioso por una montaña del Estado de Carolina del Norte en los Estados Unidos.

Este río rodeaba de manera majestuosa la que fuera la primera mina de oro del país, la cual ahora estaba convertida en un hermoso museo.

Cuando visitamos la antigua mina, los guías nos contaron toda la historia del cómo se extraía el mineral en aquella época, de hecho, parte de la experiencia era intentar sacar algo del precioso metal usando las añejas bateas de lata que usaban los mineros para separar el sedimento del tesoro.

Cuando con mi hijo intentamos extraer algo de oro, nos dimos cuenta de que la labor era extremadamente difícil y necesitaba de mucho trabajo, constancia y algo de suerte. A pesar de no sacar ni medio grano dorado, nos fuimos felices.

Trascendencia

En psicología, este concepto se explica como un nivel de realización que va más allá de lo personal e individual. Es un entender y descubrir un propósito cuyo calado es mucho mayor que uno mismo.

Según Rudolf Steiner y su antroposofía, el camino a la trascendencia se podía ver a través del tránsito del ser humano con el correr de los septenios (períodos de 7 años) de su vida. De esta forma, llegando a los 48 o 49 años (pleno séptimo septenio), el ser humano debiera experimentar una mayor conciencia espiritual y sabiduría. En esta etapa la persona tiene la oportunidad de reflexionar sobre lo que ha vivido y trascender estas experiencias a los demás.

Integración.

Quizá encontrar cómo trascender sea una buena forma de darle un gusto más agradable a la a veces impopular crisis de los 40 años. Esto porque, claro está, que de este mundo algún día saldremos, querámoslo o no.

¿Qué quedará de nosotros después de aquel día en que saldremos por la puerta con los pies por delante?

Me imagino a mí mismo, hasta las rodillas dentro de un río frío y pantanoso, buscando pequeñas pepitas de oro en medio del sedimento fangoso.

Esas aguas turbias que me hacen trabajar en extremo no son otra cosa que todos los años de mi vida en este mundo; las pepitas de oro son todos los escasos, pero preciosos, momentos que he podido guardar en mi zurrón de recuerdos y experiencias: mi primer beso, el abrazo de mi madre, aquel día que mi padre me llevó sobre sus hombros al estadio, las carcajadas de mis hermanas, la noche en que conocí a Carolina y el primer llanto de mi hijo cuando salía del tibio vientre materno.

Todos esos pequeños momentos son mi tesoro, el cual de alguna forma quiero traspasar a quien viene detrás de mí.

La forma y el método aún los desconozco, pero tengo claro que es una tarea de importancia capital, pues quizá sea mi única y verdadera razón de ser, mucho más allá de los títulos, propiedades, reconocimientos o distinciones que alguna vez pude haber obtenido.

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