El misterio de por qué algunos flotan y otros se hunden
Hay quienes parecen vivir dentro de una novela: cada día les ofrece escenas nuevas, diálogos intensos y desafíos que los empujan hacia adelante. Otros, en cambio, parecen atrapados en un loop de costumbres cómodas pero asfixiantes. ¿Por qué ocurre? La respuesta la dio Mihaly Csikszentmihalyi en su obra seminal: Flow.
El libro parte de una constatación dura pero honesta: en sociedades hiperconectadas, distraídas y ansiosas, solemos medir nuestras vidas en base a recompensas externas. El sueldo, los likes, la opinión de la gente. Eso nos desconecta de algo esencial: la capacidad de perdernos en actividades que nos hacen olvidar el tiempo. El flow.
Dejar de vivir para la mirada ajena
La mayoría busca sentido en ideologías, religiones o símbolos de estatus. Nada malo con eso, salvo porque son construcciones frágiles que terminan por desmoronarse. El Imperio Romano lo creyó eterno. Los chinos antes de los mongoles también. Todos colapsaron.
Y si no nos refugiamos en la fe o el poder, buscamos el consuelo en el consumo. Más plata, más gadgets, más objetos. Pero basta mirar alrededor: la correlación entre riqueza y satisfacción vital es débil. Basta ver cuántos millonarios desfilan por el diván del psiquiatra.
Placer versus disfrute
Dormir, comer, mirar Netflix después de un día largo. Todo eso es placer: necesario, restaurador, pero limitado. El disfrute es otra cosa. Implica tensión, esfuerzo, riesgo, incluso miedo. Es cocinar una receta complicada, subir un cerro sin estar seguro de llegar, crear un proyecto desde cero.
La diferencia está en la expansión. El placer mantiene el orden. El disfrute empuja los bordes, nos obliga a crecer. El problema es que nos hemos vuelto adictos a la pasividad: series, alcohol, distracciones prefabricadas. Ahí no hay flow, solo anestesia.
Qué significa estar en la zona
El flow ocurre cuando acción y conciencia se funden. Surge en actividades con objetivos claros, retroalimentación inmediata y un equilibrio entre dificultad y habilidades.
Un cirujano mide su desempeño por la sangre que deja de brotar. Un escalador que se aferra a una grieta mide su progreso por no caer. Un navegante melanesio puede ubicarse en el océano por el movimiento de las corrientes. En todos los casos hay inmersión total, olvido del yo, desaparición de las ansiedades.
Es un estado donde el tiempo se disuelve y la mente se convierte en un organismo diseñado para un solo fin: ejecutar.
El arte de elegir el nivel correcto de desafío
Jugar tenis contra un novato aburre. Enfrentar a Federer frustra. La clave es elegir rivales apenas mejores que uno mismo. Ahí crece la habilidad. Lo mismo pasa con el trabajo, el arte, la vida.
Eva Zeisel, encarcelada por la policía de Stalin, inventaba partidas de ajedrez contra sí misma y recitaba poemas de memoria. No había premios ni público. Solo la necesidad de mantener la mente despierta. El flow es también un acto de resistencia.
Mindfulness en lo cotidiano
Caminar puede ser más que ir del punto A al B. Mirar rostros, fachadas, gestos. Escuchar música no solo como ruido de fondo sino con atención total: cuerpo, imágenes mentales, estructura.
La atención plena convierte lo rutinario en épico. Y, de paso, entrena la mente para controlar hacia dónde va la conciencia. Las tradiciones orientales lo entendieron: yoga, meditación, disciplina. No para escapar del mundo, sino para habitarlo de forma más intensa.
Trabajo que libera, trabajo que asfixia
La mayoría odia sus empleos y luego usa su tiempo libre para escapar: tele, copete, redes. Pero el trabajo también puede ser fuente de flow si se transforma en desafío.
En un pueblo alpino, los ancianos nunca quisieron cambiar sus rutinas de ordeñar vacas, cortar leña o cocinar. Su trabajo era su vida. O el caso del soldador que aprendió todas las tareas de la línea de montaje, rechazó ascensos y convirtió cada día en un juego de maestría.
Cuando el trabajo es disfrute, no hay necesidad de evasión.
El rol de la familia, los amigos y la comunidad
El flow no se logra en el vacío. Necesitamos tribus que nos den feedback honesto y aceptación incondicional. Familias que transmitan hábitos creativos en vez de tardes frente a la tele. Amigos que nos empujen a expresarnos, a ser más de lo que somos. Comunidades que nos saquen del piloto automático.
Algunas tribus canadienses cambiaban de lugar cada generación, aun teniendo comida suficiente, solo para volver a aprender. Porque quedarse cómodo es la antesala de la muerte lenta.
Tres estrategias frente al infortunio
Uno: soltar el ego y aceptar las leyes que gobiernan las cosas, no solo nuestros planes. Dos: cultivar la atención plena como hizo Lindbergh al cruzar el Atlántico solo, concentrado en cada perilla de su cabina en vez de en el miedo. Tres: usar la adversidad como plataforma de invención, no como excusa para el abandono.
Encontrar un propósito
No hay un sentido universal. Cada uno elige el suyo. Lo importante es que sea lo bastante desafiante como para absorbernos y empujarnos hacia adelante. Que sea coherente con un tema vital.
Malcolm X lo encontró en prisión con libros y reflexión. Antonio Gramsci lo forjó desde la pobreza y la enfermedad. Newton en un campo solitario. Mendel en un jardín. Einstein en una oficina de patentes. El patrón es claro: no esperaron condiciones ideales, crearon sus propios flujos.
La fórmula secreta
Vivir en flow significa:
No dejarse gobernar por recompensas externas.
Convertir tareas en desafíos.
Habitar el presente con atención plena.
Buscar comunidades que alimenten el crecimiento.
Elegir un propósito y sostenerlo con resolución.
Suena simple, pero es lo más difícil: resistir la inercia de una vida cómoda pero muerta. El flow no se encuentra, se construye.